Hace unos días, el cielo de toda España se llenó de estrellas fugaces, las Perseidas, más conocidas como «lágrimas de San Lorenzo». Es el fenómeno astronómico más seguido, sobretodo por enamorados veraniegos, que sin saberlo, observan juntos las estrellas fugaces como metáfora de su propio amor fugaz. Los amores de verano son una parte inherente a esta época del año. Tan cortos como intensos, quizá por lo efímero, quizá por la pasión de quién no tiene tiempo que perder, los amores de verano saben a playa, a aventura, a brisa y aire libre…, y su recuerdo nos acompañará toda la vida.
¿Cómo se construye un amor de verano?
En condiciones normales, muchos amores de verano no se producirían, pero en esta época también damos vacaciones a nuestras precauciones, nos relajamos y nos predisponemos para el disfrute. Cambiar de escenario, dejar la rutina, aumentar la vida social…, permite que cambien las reglas del juego, y nos abrimos más a conocer gente, a divertirnos, a ser un poco más libres. Las risas, los baños en la playa, los largos paseos, las confesiones a la luz de la luna, y sobre todo, el aplazamiento de toda responsabilidad, hacen que bajemos la guardia y nos entreguemos al amor sin reproches, sin reglas, sin horarios, sin malos rollos, pero con tanta pasión como prisa. El objetivo es ganar la batalla al reloj, y construir una relación completa en el tiempo que dura el alquiler del apartamento.
Cuando somos niños, la protagonista es la amiga de tu hermana que este año se fijó en tí, un sobrino de tu tía que vino de casualidad, la chica de la «urba» que ha dado el estirón. Y cuando somos adultos, la situación no cambia mucho, y con la libertad de quién se irá en dos semanas, nos entregamos a la pasión primero, y nos protegemos del daño del amor después.
Protegerse del sol, y de un amor de verano «mal curado».
Todos los amores de verano están construidos con los mismos ingredientes: promesas, sueños, pasión, planes de futuro, y en muchas ocasiones, decepciones y recuerdos. Dos planetas que chocan durante un demasiado corto espacio de tiempo, dos huracanes que se mezclan sin tiempo siquiera para buscarse defectos, y con la ilusión de entregarse buscando dejar la máxima huella posible, independientemente de la edad y el estado civil. ¿Y luego qué?.
Luego las promesas, los planes de futuro, el corazón abierto, la despedida… y quizá la desilusión. Los amores de verano merece la pena vivirlos siempre que sepamos cuidarnos y seamos conscientes de que un amor nacido prematuro y con prisas quizá necesite incubadora. Para muchos, ese amor continúa más allá de las vacaciones, y tras la intensidad de la despedida y las promesas de futuro, llega la construcción de una relación hecha hasta entonces con tabiques de cartón. La distancia evitará la fricción de toda relación que comienza, y generará un deseo de verse que convertirá en fiesta cada día en que se coincide después de las vacaciones.
Pero muchos romances no duran más allá de las vacaciones, ya que una vez en casa todo es diferente. Cuando regresamos a la rutina del día a día, aquella persona que nos pareció tan maravillosa, ya no lo es, y el amor se va difuminando en el horizonte, sin saber muy bien qué decir, ni que hacer entre cartas, teléfono, correos electrónicos y videollamadas. Finalmente, un día la relación se termina, como lo hicieron nuestras vacaciones. Protegidos de la desilusión de comprobar que, tal vez, un amor de verano es un amor con fecha de caducidad, aceptarlo y disfrutarlo sin miedos es una buena forma de vivirlos con una intensa pasión y recordarlos toda la vida.
Saludos a todas y todos!
Julia Rodríguez Psicología
653 93 40 50
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