¿Os habéis dado cuenta de que cada cuatro o cinco años surge un nuevo trastorno relacionado con la conducta alimentaria?. Primero llegó la obesidad, que se ha convertido hoy en un gravísimo problema de salud pública, incluso en los niños. Seguidamente la anorexia, y casi al unísono la bulimia y el trastorno por sobreingesta compulsiva. Frente a estas, un deseo patológico por la perfección del cuerpo nos desveló a la vigorexia, y en los próximos años se oirá hablar bastante de ortorexia, una obsesión patológica por la comida sana.
Alguien estará pensando que es culpa nuestra, de los profesionales de la psicología, que siempre estamos buscando la novedad, pero no es así. Siempre existió la obesidad, signo de distinción aún hoy en algunas culturas, y «medida preventiva» en un país como el nuestro que tanta hambre pasó. También en la cultura romana eran conocidos los banquetes en que se comía de manera compulsiva, y desde las primeras olimpiadas los atletas cuidaron sus cuerpos como máquinas perfectas.
La explicación es más sencilla si entendemos que la mayoría de los trastornos de la conducta alimentaria tienen un mismo origen; se trata de manifestaciones de problemas emocionales, principalmente de autoestima, y que la forma en que se manifiestan está en directa relación con aspectos de carácter cultural. Así, directamente influidas por la presión cultural, la moda, el culto al cuerpo, la talla, el peso, o la presión de los grupos de edad… las personas con una menor autoestima y una personalidad menos definida sufren todo tipo de problemas al enfrentarnos a lo que, habiendo sido una cuestión de mera supervivencia durante milenios para nuestra especie, en el primer mundo también hemos convertido en un hecho cultural: la comida. Estas alteraciones conductuales, prácticamente desconocidas en los países más pobres, afectan principalmente a la mujer, aunque el número de varones afectado crece también de manera alarmante, al tiempo que se reduce la edad en que aparecen.
Hay quién come sin parar, y hay quién para de comer. Hay quién come sin parar para luego vomitarlo todo o atracarse a laxantes. Hay quién simplemente toma los laxantes incluso comiendo normal… Hay quién come normal, pero luego se levanta para asaltar la nevera por las noches. También hay quién está tan obsesionado con su cuerpo que deja de comer para no sentirse gordo, y otros que creen que nunca estarán suficientemente fuertes y hacen deporte hasta convertirlo en el centro de sus vidas. Y como novedad en los Gabinetes como el nuestro, hay quien tiene tal obsesión con la comida sana que ni siquiera puede salir a tomar unas tapas con sus amigos.
A todos estos signos, síntomas y conductas corresponde el nombre de un trastorno diferente (obesidad, anorexia, bulimia, sobreingesta compulsiva, vigorexia, ortorexia…), aunque en realidad todos comparten una misma raíz psicológica; los problemas de autoestima, de falta de capacidad para enfrentar los problemas, de falta de atención, de búsqueda de afectos… y lo más importante; en todos ellos su detección es difícil aunque la pérdida de control paulatina sobre la conducta alimentaria es el principal indicio. El final mejor no contarlo, ya que todos hemos visto las impactantes imágenes de desnutrición severa y pérdida total de la voluntad en algunos casos, y los problemas cardíacos en otros…
Finalmente, merece la pena destacar que, si bien los trastornos alimenticios se padecen individualmente y tienen causas psicológicas, el entorno familiar es la pieza clave para su detección y el apoyo fundamental para la solución del problema. Os invito a estar atentas y atentos, y a plantear todas las dudas que os puedan surgir.
Un saludo a todas y todos.
Julia Rodríguez Psicología
653 93 40 50
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