La adolescencia es el periodo que con más frecuencia genera conflictos entre padres e hijos. Los padres, conscientes de que es un periodo muy importante en el desarrollo de la personalidad adulta, se muestran vigilantes y en permanente alerta, y los hijos, que necesitan ir evolucionando mientras buscan su propia independencia se sienten observados y perciben la desconfianza por parte de quienes deberían en realidad estar apoyándoles. Y todo esto ocurre en el contexto de la familia, el sistema de relaciones fundamental para los seres humanos.
¿Qué hace tan importante a la familia durante la adolescencia?
La familia es un sistema de relaciones fundamentalmente afectivas, que está presente en todas las culturas. En la familia, el ser humano permanece durante mucho tiempo, y no un tiempo cualquiera, sino el formado por las edades evolutivas cruciales, como son la neonatal, infantil y adolescente. La familia es el primer contexto social en que nos interrelacionamos, y es en este contexto en que los padres ejercen el modelado, es decir, una forma de aprendizaje en la que los hijos repiten lo que ven a los padres. En este ambiente, la interacción genera un alto grado de dependencia. Estos dos factores, el modelado conductual y la dependencia tendrán una importancia clave en el proceso evolutivo conductual del adolescente.
¿Cómo podríamos entender la adolescencia?
Cuando se habla de adolescencia, nos estamos refiriendo a un período de la vida en el que la persona está por madurar, ya que adolecer significa carecer y carecer hace referencia a que no se tiene un cuerpo ni una mente definidos. Este periodo, que cada vez se inicia antes, es por tanto una etapa delicada, con cambios a todos los niveles que la persona ha de ir asumiendo. Nos referimos a cambios corporales ligados a la maduración sexual, a cambios a nivel emocional, que suceden en forma de torbellino debido las secreciones hormonales que orientan hacia la identificación con el grupo de iguales y afectividad sexual.
Además, a nivel cognitivo, se empiezan a producir cambios que permiten representar la realidad en abstracto, y comprender que hay una realidad distinta a la vivida. En este nivel, tal vez lo más relevante (y a veces lo más conflictivo) es la capacidad y la intensidad a la hora de mostrar la crítica e inconformidad ante algo, de forma insistente e irrenunciable.
¿Cuáles son las formas erróneas para tratar con el adolescente?
Independientemente de la edad del adolescente, y hay que considerar que hoy este periodo se ha adelantado y se ha dilatado en el tiempo, situándose entre los 12 y los 20 años, los problemas surgen cuando la comunicación entre el chico y la familia se vuelve disfuncional, y de alguna manera, se obstaculiza el proceso de autonomía e independencia del joven. En este caso, las peores formas de relación con ellos serían las siguientes:
- Desconfiar del joven, si un comportamiento determinado, y que puede ser puntual (tal como mentir, consumo de tabaco, faltar a clase…) adquiere demasiada relevancia, y los padres hablan frecuentemente del tema, estando o no presente el joven. Hay que tener en cuenta que ciertas conductas son típicas de la adolescencia, y que aunque disparan la sensación de alarma en los padres que ven el riesgo de que su hijo «se pierda», en realidad no son tan graves, y es la propia conducta de los padres la que puede generar un quiebre en la estabilidad emocional del hijo.
- Reacción en cadena, en un proceso que se inicia con la percepción por parte de los padres de un comportamiento que no les gusta, y continúa con la vigilancia excesiva sobre el joven y el supuesto problema. En este caso, los padres tienden a compensar tiende a compensar las supuestas debilidades de sus hijos, generalmente a través de una «charla» continua y unidireccional. Ante esta situación, generalmente los chavales huyen, se mantienen en silencio, o incluso protestan de forma enérgica, lo que suele alarmar más a los padres.
- Círculo vicioso, en que padres e hijos entran casi sin querer, cuando los padres insisten ante su propia alarma, intentando movimientos que seguramente ya han fracasado antes, tales como «charlas», «castigos», «sobornos»…, y que lógicamente no funcionan. El adolescente busca su propia forma de afrontar la situación, que puede ser buscando refugio de forma todavía más frecuente en su grupo de iguales, y ante los padres, con una actitud de silencio, introspección, o a través de conductas del rebeldía con las que pretenden establecer sus propias reglas de relación.
- Patología, si la dificultad se convierte en patología, es necesario buscar otro tipo de soluciones, como apoyo de profesionales, cambios conductuales en las formas de interacción en la familia, y en definitiva, una actitud de reciclaje de la relación que debe afectar no solo al adolescente, como suele ser el pensamiento habitual de los padres, sino de toda la familia al completo, ya que ninguna conducta en el sistema familiar aparece de forma aislada, sino influida, potenciada o afectada por el contexto en que se desarrolla.
¿Cómo los modelos de familia generan diferentes conductas desadaptativas?
Aunque dentro de una misma familia cada uno de los sus miembros puede actuar de forma diferencial, y en el tiempo no todas las conductas suelen ser puras, sí que es posible identificar a las familias con conductas más o menos estables, aprendidas por los padres, y al mismo tiempo, transmitidas a los hijos. Este tipo de familias, conductualmente disfuncionales, suelen generar a su vez determinados tipos de problemas que deberíamos vigilar, y en caso necesario, trabajar para que no tengan una influencia directa sobre el comportamiento de nuestros hijos. Nuestra recomendación es que permanezcas vigilante por si tu familia puede situarse en alguna de estas descripciones:
- Sobreprotectoras: en estas familias se considera a los hijos como seres frágiles o débiles, y los padres intentan adelantarse a todo. Casi sin querer, al final los adultos suelen sustituir a los jóvenes, anularlos, e intentan eliminar para ellos todas las dificultades. El resultado son adolescentes con una baja tolerancia a la frustración, acomodados y con baja autoestima.
- Permisivas: en estas familias se considera a los hijos como un igual junto a los padres, casi «como amigos», habiendo una ausencia de límites y de estructuras en que los hijos negocian todo el tiempo con los padres, intentando sacar el mejor partido de uno y de otro progenitor. La consecuencia es que los hijos entienden claramente el mensaje: «cuanto más duro soy, cuanto más prepotente, cuanto mejor negocio, cuanto más chantajeo…, más consigo».
- Sacrificante: son familias en que los padres lo dan todo por sus hijos, llegando incluso a postponer sus deseos personales para satisfacer el deseo de los hijos. Como consecuencia, los hijos tienen la percepción de que lo tienen todo, y en consecuencia, al no luchar por las cosas dejan de valorarlas. Incluso, llegan a sentirse poco motivados o entusiastas. Al final, terminan criticando a los padres, y valorando muy poco su propia actitud de sacrificio.
- Delegantes: son familias en que los padres han delegado su papel de padre en otras personas, bien por ser familias monoparentales, por el exceso de trabajo, etc. La consecuencia es que estos padres sufren la pérdida del proceso evolutivo de sus hijos, y los hijos aprenden a buscar para todo a aquella persona que más les interesa, por atender sus necesidades de forma más directa y sin pedir responsabilidades a cambio.
- Autoritario: son familias en que los padres ejercen el poder según su escala de valores, y todo lo que se salga de su propia escala no es admitido. El resultado es que los hijos, en su proceso de independencia, tenderán a hacer movimientos hacia fuera, no solo de ese esquema de valores, sino de su propio sistema familiar. La ruptura es un hecho casi inevitable en este tipo de familias, si no se produce un reconocimiento de este proceso, y una aceptación de otros sistemas de valores diferentes a los de los propios padres y los propio hijos.
Nadie dijo que educar a un hijo fuera fácil, verdad? De hecho, podríamos decir siguiendo a Oscar Wilde que, “con las mejores intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores efectos». Nosotros estamos muy habituados a verlo en nuestro Gabinete, y a trabajar con familias y adolescentes. Un trabajo en el que nos hemos especializado y que nos satisface mucho, ya que en la mayoría de ocasiones es un placer presenciar el emocionante reencuentro afectivo entre un adolescente y sus padres. Si crees que podemos ayudarte, no dudes en contactar con nosotros.
Un saludo!
Julia Rodríguez Psicología
653 93 40 50
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