La distancia virtual es un fenómeno creciente entre usuarios de tecnología, en concreto de smartphones, y hace referencia a las dificultades para interactuar con otras personas y compartir ideas, más pendientes de su teléfono, de atender a personas que no están en la situación, y por pura costumbre, con incapacidad de mantener relaciones tú a tú por la pérdida del hábito de hacerlo.
Para entenderlo mejor, pongamos un par de ejemplos. En el primero, un hombre y una mujer están sentados el uno frente al otro en una mesa románticamente iluminada, en un restaurante elegante, aparentemente disfrutando de la velada, pero en realidad, enviando mensajes de texto, mirando hacia abajo…, hacia el móvil…, y puede que incluso hablando entre ellos, en voz baja, pero raramente mirándose a los ojos, sino en permanente alerta respecto de su teléfono móvil.
Para el segundo ejemplo, pensemos en una madre que camina hacia un restaurante para reunirse a almorzar con amigos, llevando a su hijo de dos años. Lo acomoda en la mesa, y le da una tablet en la que el propio niño puede reproducir los vídeos que más le gustan. A continuación, ella misma saca su smartphone, busca en sus mensajes, y escucha por encima algunos momentos de la conversación que mantienen sus amigos, todos ellos por cierto, mirando de reojo sus pantallas de móvil.
¿Qué tienen en común estos dos ejemplos?
Lo que tienen en común es lo que se está empezando a conocer como la «distancia virtual», esa distancia que se establece entre los miembros de un grupo que, en principio parece que están interactuando, pero que en realidad no lo están haciendo. Este fenómeno describe el sentido psicológico y físico de desprendimiento que se acumula poco a poco, en el nivel subconsciente o inconsciente, a medida que las personas pasan de interactuar entre sí, a interactuar con sus pantallas.
Es un fenómeno medible y puede causar algunos efectos sorprendentes. Por ejemplo, cuando la distancia virtual es relativamente alta, las personas se vuelven desconfiadas. Como consecuencia, se reservan sus ideas para sí mismos, en lugar de compartirlas con sus compañeros de trabajo, un intercambio crítico que es necesario para tomar los riesgos necesarios para innovar, colaborar y aprender. Otra consecuencia inesperada es que la gente abandona los comportamientos colaborativos, dejando que los demás se ocupen de sí mismos. Esto provoca que se sientan aislados, algo que genera baja satisfacción laboral y poco compromiso organizacional.
Los que más lo sufren son los niños.
Las investigaciones sobre la distancia virtual determinan que las reglas de interacción han cambiado. Cambia la forma en la que la gente siente con los demás, con ellos mismos y con cómo encajan en el mundo que los rodea. Pero el impacto demostrado sobre los adultos parece comparativamente benigno cuando se lo compara con lo que le podría estar haciendo a los niños. Los niños aprenden mirando de cerca a sus seres queridos, observando lo que hacen y escuchando cómo dicen las cosas. Las acciones y los comportamientos que tienen los padres tienen un impacto profundo y permanente en el desarrollo de los pequeños.
Si mucho de lo que un niño conoce del mundo proviene de una pequeña pantalla donde solo está disponible una representación vacía, ¿qué tienen para imitar?, ¿cuánta práctica tendrán desarrollando capacidades humanas cruciales para establecer estabilidad emocional y sensibilidad social?
La distancia virtual es un agente clave en lo que tiene que ver con las relaciones humanas. Cuando la tecnología es usada como un agente en las relaciones, en algunos casos puede ser beneficioso. De todas formas, cuando la tecnología es usada a propósito para interactuar no solo le saca la sofisticación a las relaciones interpersonales, cambia la naturaleza de lo que queda.
El uso de la tecnología puede apoyar a los niños a aprender, pero cuando se convierte en un sustituto para las relaciones, el desarrollo del lenguaje puede retrasarse. Mientras los efectos de las interacciones pueden no ir más allá de la pantalla, la empatía y las habilidades colaborativas pueden ser difíciles de desarrollar. Por ejemplo, los niños pueden tener problemas para mirar a los ojos y mantener conversaciones.
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