El proceso de adopción, así como la adaptación a la familia y posterior desarrollo del niño a nuestro entorno, es un proceso de enorme complejidad emocional. Hemos de considerar que tras ese acto jurídico, se esconde un proceso emocional y de decisión que finaliza con la aceptación como propio, de un hijo no biológico, al que hay que integrar en nuestra familia en su integridad.
Frente a la paternidad biológica, la adopción supone un “largo y emocionante viaje”, que incluye áreas por explorar y singularidades a lo largo de toda la vida del niño. Se trata de singularidades que proceden del pasado del niño adoptado, pero también del pasado de los padres adoptantes. En este viaje, tanto los niños como los padres aportan su propio peso al equipaje.
Al posible trato negligente, la institucionalización y la falta de figuras de referencia de los niños, suele sumarse el posible sentimiento negativo por la dificultad de tener hijos en los padres, la sensación de soledad, los problemas en la historia vincular, y finalmente, sus propias expectativas respecto de la adopción.
A partir de ahí, se constituye una familia que, con más o menos dificultades iniciales (la paternidad no es sencilla sea cual sea su origen), trata de adaptarse a la sociedad como cualquier otra. En este sentido, no es posible hablar de “niños adoptados” como grupo de características especiales, ya que la adopción no es una enfermedad contra la que haya que luchar de ninguna manera. Tal vez su pasado pueda tener algún efecto sobre su desarrollo, pero ser adoptado no presenta un cuadro clínico per sé. Como en el caso de los hijos biológicos, cada niño tiene su historia, su itinerario, su viaje…, que construye en relación con su entorno. Cada uno es diferente, y como tal hay que tratarlo. Reconocer la posibilidad de singularidades en el desarrollo de un niño adoptado, no debería convertirnos en padres investigadores a la búsqueda de indicios: cada niño hará su propio viaje a la edad adulta.
Así, superada ya la infancia, normalizados sus sentimientos de apego, pertenencia y vinculación familiar, plenamente integrados en la escuela y la sociedad…, estos niños se enfrentan como cualquiera otros a una de las etapas más complicadas del desarrollo de la persona: la adolescencia, sin olvidar una preadolescencia que cada vez llega antes, y dura más tiempo.
Juntos, padres y adolescentes adoptados es posible que tengan que gestionar los sentimientos relacionados con la historia personal, la identidad racial, la búsqueda de sus orígenes…, pero con seguridad abordarán otros conflictos propios de la edad, tales como la inseguridad por la imagen personal, la apertura a las relaciones amorosas y la sexualidad, la desobediencia y la búsqueda del conflicto con los padres, e incluso otros aún más peligrosos como los trastornos de la alimentación o el coqueteo con las drogas.
En esta búsqueda del equilibrio, tan equivocado es abstraerse de los conflictos propios de la adopción, como considerar que cualquier conflicto de los anteriormente mencionados tiene su origen en su condición de adoptado, o buscar su origen en una biología alejada de lo que nosotros somos.
Lo más útil es aprender cómo ayudar a nuestros hijos. Cómo afrontar los conflictos de nuestros adolescentes, sean o no adoptados, y adquirir los conocimientos, habilidades y herramientas para ayudarles cuando lo necesiten. A esto dedicaremos buena parte del taller planteado para este III Jornadas de Familias Adoptantes: Adopción y Adolescencia, que organiza ANDENI (Asociación Nacional en Defensa del Niño), conjuntamente con la Dirección General de Política Social y Familia del Gobierno de Extremadura y Cruz Roja Española en Don Benito (Badajoz), el próximo 26 de octubre de 2013.
Julia Rodriguez.
653 93 40 50
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