Hacerse mayores conlleva familiarizarse con el sufrimiento, el propio y el de lo demás, aprender a soportarlo y salir a flote después. Por lo general, cuando eres niño lo habitual son nacimientos y bautizos, y a medida que creces, en la adolescencia y juventud llegan las bodas. Pero cuando las personas cumplimos los cuarenta, o incluso antes, el principal rito social es la muerte; de un amigo, de un compañero de trabajo, o de un familiar directo.
Nadie está preparado para la pérdida irreparable que conlleva la muerte, la ausencia definitiva nos desconcierta y altera nuestra estabilidad emocional, necesaria para poder relacionarnos y continuar con nuestras vidas. A este periodo emocionalmente inestable que ocurre tras la pérdida de un ser querido se le denomina duelo, un proceso psicológico, un conjunto de emociones que requiere un tiempo para ser superado, que varía en función de cada persona, pero que puede llegar a convertirse en patológico si no es elaborado convenientemente.
¿Cómo identificar el duelo?
Para una correcta elaboración del duelo, y sobretodo para prevenir la aparición del duelo patológico, es importante que sepamos identificar qué síntomas podemos ver en nosotros y nosotras mismas cuando afrontamos una situación de pérdida. Lo primero que hemos de decir es que, aunque los síntomas son similares, duelo y depresión no son la misma cosa. Si has perdido a un ser querido, pasarás por todo tipo de emociones (tristeza, preocupación, miedo…), tal vez sientas que no estabas preparado, pero lo más habitual es sentirse simplemente vacío.
A algunas personas les cuesta concentrarse, estudiar o comer cuando están atravesando una etapa de duelo. Otras pierden el interés por actividades con las que solían disfrutar; otros beben y comen en exceso, otros se sienten adormecidos, como si nada hubiese ocurrido. Todas estas emociones son reacciones naturales frente a la muerte, que pueden producirse en diferentes etapas:
- Aturdimiendo: en las primeras horas y días, se muestra una especie de aturdimiento emocional que en cierto modo es funcional en principio, ya que en los primeros días, familiares y amigos participan en intensos ritos asociados a las creencias religiosas. Es habitual llorar y mostrar apoyo a los familiares para superar los primeros días, honrando a su vez a la persona fallecida. En estos momentos es normal sentir ansiedad, pánico, o una enorme tristeza.
- Rechazo: Posteriormente al aturdimiento surge lo contrario, desasosiego, ansiedad, anhelo y multitud de recuerdos en torno a la persona fallecida, que afectan al sueño y la concentración. Suele aparecer una sensación de rabia y no entendimiento, de enfado con todo y con todos. Hay una sensación de culpabilidad y de impotencia.
- Depresión: un periodo que alcanza su periodo álgido entre 4 y 6 semanas tras la muerte, e incluye una intensa tristeza y vacío emocional.
- Recuperación: la recuperación definitiva depende de la persona, pero en cuatro o cinco meses ya deberían notarse evidentes síntomas de mejora, que finalmente derivan en la recuperación total en el primer y segundo año tras la pérdida, ya que se produce una desvinculación emocional de todo lo negativo que el recuerdo de la persona fallecida nos trae a la cabeza, y la correcta elaboración de su recuerdo, sin que este interfiera en la vida cotidiana de manera tan negativa como venía haciéndolo.
No existe una forma correcta de afrontar el duelo; el proceso suele ser gradual y puede durar en algunas personas más que en otras, pero hay que estar siempre atentos a la posibilidad de que se convierta en un duelo patológico que precisará una atención profesional específica de la que hablaremos en un post posterior.
Un saludo a todos y todas.
Julia Rodríguez Psicología
653 93 40 50
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