En estos momentos, en los que para cuidarnos y cuidar a los otros, estamos cada uno en nuestras casas, viviendo con los más cercanos, o lejos de los más cercanos, porque la circunstancia te pilló así o porque vives en otro lugar, y ahora no puedes ir a pasar el fin de semana o las vacaciones de Semana Santa. Aquí es cuando nos podemos dar cuenta de lo importante que es el contacto humano, y cuando volvamos a él, dar todo el valor que se merece.
Darnos cuenta de la necesidad que tenemos de estar en el contacto y también de darnos cuenta, de cómo en nuestro día a día, desarrollamos una serie de rutinas cotidianas empezando por las obligatorias y terminando por las voluntarias, que de alguna manera, hacen que nos sintamos organizados y estables emocionalmente. Lo que ocurre cuando lo cotidiano se corta, es que muchas personas, manifiestan ansiedad, miedo, ante ese corte o cambio (si es que sigues trabajando) de vida repentino.
Hay que hacer distinción entre estos dos elementos: la ansiedad, es una actividad mental que pone en escenarios de futuro y el miedo: es sentir que hay algo amenazante frente a ti y hay que hacer algo.
En relación al miedo, estamos haciendo lo que la situación obliga a hacer, estar en casa, y salir solamente a lo necesario, de la manera adecuada. Y si en vez de miedo lo llamamos cuidado y respeto por mí mismo y por los demás, todo resulta mucho más amable.
En relación a la ansiedad, es necesario llevar el timón de nuestra mente, quedarnos sencillamente en lo que sucede en el día a día, el futuro solo existe en la imaginación, y a veces la imaginación nos desborda. Nadie sabe lo que va a pasar, y si te pones a anticipar o a elucubrar en pensamientos o conversaciones, lo único que consigues es añadir malestar a lo que ya sucede.
Si te quedas en casa, para cuidar y cuidarte, cuida también la casa de tus emociones.
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