«Querida inseguridad.
Cuánto daño haces, que eres capaz de poner el mundo al revés. Ella, que no se asoma, que permanece escondida e inquieta se dedica a absorberte la energía de una forma tan sigilosa que aunque abras los ojos en pleno sueño no consigues encontrarla.
Cuánto caos emocional sigues provocando, que impides que los corazones ardientes se fundan en este frío invernal que se instala en nuestras mentes a diario. Te disfrazas de prudencia y nos haces creer que hemos venido a este mundo a protegernos de los demás, compitiendo entre nosotros para ver quién es capaz de construir mejor coraza, en vez de compartir y entregar lo que somos, así, de forma sencilla. Una sencillez que hace más fácil nuestra vida pero que es detestada irremediablemente por nuestras emociones.
Perderse y encontrarse. Cuando desconectas la parte del cerebro que quiere controlar todos los puntos del mapa y te dejas llevar por un río subterráneo que hace aparecer todos los posibles invisibles, justo en ese preciso momento decides creer. Creer que encontrarás las montañas y que volverás a arriesgar en cada subida a riesgo de caída, a reír, a abrazarte en silencio, a respirar este lugar que nunca has visitado, nunca hoy, nunca ahora, nunca aquí contigo mismo. Creer que queremos amarnos de aquella otra manera, la que nos hace algo más libres, diferentes y en compañía, la que busca todo lo que nos une y no lo que nos separa, porque es solamente así que no nos separará nada, ni lo que yo creo, ni lo que tu creías, ni lo que creeremos mañana o dentro de un minuto.
El orgullo del atrevimiento”
Deja una respuesta