Cuando dos personas llevan juntas un tiempo y ya ha desparecido el enamoramiento inicial, quedando al descubierto el auténtico yo del otro, en ocasiones aparece la siguiente pregunta. ¿Qué me enamoró de esta persona?
Pues bien, para esto hay múltiples respuestas, y hoy vamos a dar luz a algunas de ellas.
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La parte más instintiva nos lleva a elegir a nuestra pareja, precisamente por esto, por el instinto de autoconservación de la especie, buscas una pareja, que cumpla con los requisitos necesarios para generar una “buena descendencia” genéticamente hablando. Evidentemente esto se realiza desde un plano inconsciente, aunque probablemente en tu familia de origen se le de importancia al asunto de si eliges pareja, sería conveniente tener descendencia, para cumplir con el clan. El asunto es que cuando luego, la parte más racional empieza a ponerse en marcha, pueden venir dificultades.
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Cuando la elección es para que la persona llene el sentimiento de vacío o reduzca la angustia vital. Si estás esperando que alguien haga esto por ti, cuando es un trabajo personal, la consecuencia es que te vas a desencantar y vas a encontrar insatisfacción en la relación de pareja y la sensación de que algo falta. Y es que nadie puede llenar lo que tú mismo no eres capaz de manejar.
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Cuando la elección es para que el otro refuerce tu autoestima, aquí te haces un flaco favor, y tal como dice la palabra auto, tu estima es cosa tuya, ya que sino estás a expensas del refuerzo del otro, y tú estado de ánimo va a depender de algo que es ajeno a ti, coloquialmente hablando del “ día que tenga el otro”, quedando totalmente expuesto, convirtiéndote en un apéndice de los estados emocionales del otro.
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Cuando en la elección repites el patrón que has visto en tu casa, es decir eliges a alguien que recuerda al progenitor y la relación va a ser muy similar a lo que has visto en casa, lo que sucede es que tu pareja no son tus padres, y seguramente va a tener diferente modelo que vincular con el que tu conoces y por ahí, pueden aparecer las dificultades.
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Cuando la elección es desde la intimidad intelectual, compartiendo visiones similares del mundo, lo que ocurre es que luego hay una intimidad emocional, que en muchas ocasiones no se consigue, y esto da lugar a una sensación de vacío.
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